sábado, 11 de abril de 2009

pueden salir temprano hoy

10:34 A. M.
Dentro de algunos años, en una de tantas instalaciones secretas.

El profesor formuló una pregunta.
– ¿Qué responderían si les digo que en el universo existe un planeta en el que todas las personas nacerán por segunda vez?
Varios de los alumnos levantaron la mano al instante. Los seleccionados respondieron con voces inseguras, como si a cada momento dudaran de que lo dicho estuviera correcto.
– Está mintiendo. Sólo se vive una vez.
– No. Está correcto. Es posible renacer.
– No. Dice que en otros planetas hay vida.
El profesor los observó algo contrariado.
– Veo que han tomado la pregunta de manera que toque exclusivamente su sensibilidad y no la han analizado de manera abstracta, como ya se supone que deberían saber hacerlo. Ustedes me han expresado sus creencias con respecto a la realidad, y no han ofrecido una respuesta que se desprenda del análisis de la frase tal como si se tratara de un movimiento en el tablero del ajedrez. – El profesor hizo una pausa, luego continuó adoptando un tono un poco más amable. – La respuesta que yo esperaba, tomando en cuenta las variantes, desde luego, es esta: las personas que ahí nazcan habrán nacido a su primer existencia en otro planeta. Muy bien, les daré otra oportunidad. Díganme, ¿qué responderían si yo enuncio que algunos hombres son mortales?
De las varias manos alzadas el profesor eligió algunas.
– Está mintiendo. Sólo se vive una vez.
– No. Está agrumetando sobre una ficción.
– No. Está hablando que hay inmortales. Son reales.
El profesor intervino.
– Nuevamente han cometido el mismo error. Se les dijo que algunos hombres son mortales, luego ustedes deberían haber dicho que el resto también lo es. – El profesor se notó algo impaciente, aunque rápidamente eliminó de su semblante indicios de un estado de ánimo negativo. Decidió hacer una última pregunta.
– Muy bien, les daré una nueva oportunidad. Es sencillo, como el ejercicio de los bananos en el salón azul. ¿Recuerdan? Tuvieron que salir, y al regresar después de varias horas les preguntaron sobre que banano querían antes de irse.
Los alumnos lo miraron con atención. La imagen que mostraban, entre atentos y nerviosos, todos con caras que parecían hechas con tres o cuatro moldes, lo hizo sonreír mentalmente.
– Muy bien. Digamos que en la mañana paso junto a un estante de libros y deseo alguno pero no puedo tomarlo. Por la noche hablo con otro profesor acerca de mi deseo por aquel objeto. ¿Cómo me siento con respecto al libro en ese momento?
Una mano se levantó al instante. Se le dio la palabra.
– Está mintiendo. – Inmediatamente el alumno se dio cuenta de que su respuesta era totalmente errónea y se sobresaltó; a la vez, el profesor descubrió que aquel pedía la palabra y respondía maquinalmente. Al saber esto, arqueó una ceja. El alumno lo notó, y se levantó para dar manotazos alrededor de su pupitre, a la vez que mezclaba chillidos con la segunda parte de su respuesta que repetía una y otra vez.
– Sólo se vive una vez. Sólo se vive una vez. Sólo se vive una vez. – decía, completamente trastornado, mientras sucumbía ante los guardias que entraron al salón en cuanto notaron algo anormal en la clase. Los otros estudiantes, casi inmóviles, observaban sentados, pues los cinturones de seguridad se habían activado automáticamente en cuanto los guardias abrieron la puerta; parecía no hacer falta en ese momento esa precaución, pues su imagen era de completa serenidad. Sin embargo, ninguna precaución estaba de más.
El profesor pensó que sus estudiantes aún se guiaban mucho por el instinto, y por eso eran tan pasionales y sus respuestas estaban tan cargadas de subjetividad. Se sintió cansado y decidió irse. Cuando los guardias sacaron al orangután, ya narcotizado, dio por terminada la clase y salió por la puerta de los profesores. Entonces los demás simios, ya libres del cinturón y los deberes, abandonaron el aula.
juan carlos gallegos

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