martes, 31 de marzo de 2009

el eclipse de la libélula


Me atrevo a afirmar que ninguno de los hombres
que ha hollado la tierra se vio jamás atormentado
de un terror semejante y tan intenso como el mío.
Porque el mío es el terror de remotísimos tiempos,
el terror desenfrenado del mundo Primitivo.
Jack London

El río Santiago semejaba una enorme serpiente negra retozando al sol, visto desde las alturas se diría que este gigantesco reptil estaba muerto pues sólo aparecía como una delgada línea que se curvaba a grandes trechos. Desde la ventana del cuarto de la segunda planta podía apreciarse ese espectáculo, sin embargo, nadie lo contemplaba. La luz que entraba como un fantasma fugitivo, hacía proyectarse una sombra que danzaba al compás de la canción “In the moon light procesion” del disco de Haggard que descansaba a un lado del libro El enemigo de Buda de Eiji Yoshikawa.
“In the moon light procesion” se acercaba a su final cuando la puerta de la habitación se abrió, el cuarto había estado cerrado durante tres días, tres días en los que siempre se repetía la soledad encerrada en una habitación gris que dejaba caer sus años desde la ventana hacia la barranca. El humo del incienso se comenzó a escapar por la puerta abierta, la llama del cirio se apagó con el bostezo del recinto. Las sombras se volvieron diáfanas y como una epifanía apareció un hombre en la puerta.
La luz seguía penetrando por la ventana y cada vez se volvía más intensa hasta que poco a poco comenzó a volverse púrpura. En el árbol de mangos que estaba a un lado de la casa cantaban un par de pájaros; su nido parecía una pira funeraria a la luz crepuscular. Mientras que el camino que descendía al fondo de la barranca se iba llenando de verdes grisáceos, era el polvo que regurgitaba la habitación. Un par de halcones volaban en cielo purpúreo, su color era plateado, pero al reflejarse en el río su color era más gris. Al lado del río pasó una jauría de podencos y lebreles guiando a un ser etéreo en pos de un venado rojo que parecía flotar en el aire y caminar sobre el agua. La mancha púrpura del cuarto se había desbordado por toda la barranca cubriendo el aire. Las cenizas se esparcían en los caminos y el fuego incandescente abrazaba a todas las criaturas. El cuchillo aún presentaba las manchas de la sangre seca. La figura danzante estaba inerte con el cuchillo clavado en el estomago. La figura del hombre que había aparecido en la puerta simplemente se desvaneció envuelta por una manta púrpura y circundada por una masa gris. Al desaparecer sólo pudo verse una llama que al punto también desapareció. El cuarto comenzó a llorar y de sus ventanas y puertas emergían las lágrimas claras, poco a poco la barranca se fue inundando y las plantas comenzaron a reverdecer. El olor se volvió insoportable, era putrefacto. Al fin una libélula logró salir de aquella estancia con sus alas inundadas de sal, su atavío tornasol desafiaba al rojo sacro del crepúsculo. Iba herida del vientre. Casi al llegar al sol se convirtió en una pequeña bolita de fuego, aumentó la velocidad de su ascensión y simplemente estalló.
ábel murguía lizalde

la muralla

Hay cosas que existen como parámetros inamovibles de las capacidades humanas, sobre todo en las noches, cuando nadie habla.
Era, supongo pero recuerdo, en el ochenta y seis: la efervescencia de los triunfos volvía olvidadiza a la gente. Yo no sabía cuántos años debía decir míos. Tenía la Noche y tenía un muro grueso, húmedo. La cama dejó de funcionar, así que bajé los pies tanteadores de la oscuridad intacta, serena aún conmigo. Pegué los oídos al ladrillo que repetía el eco de una fuente cercana. Al otro lado había gente: hablaban, unos bajo el sonido de la música y otros sobre el eterno chillido de los micrófonos improvisados. Cualquiera se preguntaría que hacía allí. Yo no. Estaba descalza, pero más sola que descalza, con tantas palabras a mi alrededor que no podía asimilar para que atravesaran la muralla calada. Lloré doloridamente, como queriendo Hablar. Aprendí en ese momento a Leer: de oído, de madrugada, a solas. Todavía leo, continuando sin darme cuenta con la paradoja inaugurada.
Tuve tiempo de encontrar figuras y relieves en lo alto. Por esos años, siempre se voltea hacia arriba con asombros renovados si constantes. Toqué la madera de la puerta, escuché el ruidito de la fuente, distinguiendo la buena música de la otra que apenas sobrevivía en la embriaguez que todas las playas convocan en el alma de los invitados y me senté, invadida de llanto, como en tregua con mis pies.
Así el Tiempo de un trago, resignada por una cuestión tan vana y pesada como el designio de traducir eternamente. Al fin ésa sería mi vocación de puro empeño: traducirme el Mundo, traducirle el mío. Me impusieron la fe en lo leído sin saber que no era un castigo; sin embargo debía fingir para que el placer no me fuera arrebatado. Y crecí como crecen las higueras: rastreando el solo olor del agua, mientras esperan. Aprendí que tocar es leer, que escuchar es leer, que al nadar también se lee, que existir es leer.
Pasé por última vez mis brazos y todo el cuerpo blando por la muralla. La música cesó por un momento, mi voz –cuál voz: espasmo- fue motivo para que vinieran a rescatarme. Alguien, tal vez Ella, me puso frente a su pecho, pasando una mirada acariciadora entre mis cabellos, insuficiente, creyendo de verdad que estaba a salvo. Hacía un buen rato que los ojos se habían dilatado de la mano del silencio. Habían pasado ya muchos ríos en los que me abandoné. La noche que leía, encontrándome, hizo de mí un caso perdido.
Todas las búsquedas, aunque sucedan en futuro, tienen como meta un punto del pasado, aquel en que partimos, reduplicándonos por siempre. Para los que tomamos el camino curvado, con maleza de palabras de vellosidades finas, es exploración; una que, como todas, siempre tiene arañazos y tiene también un extático panorama al final. A lo largo de mi vida buscaré lo que perdí esa vez y todo lo que pueda decir no será, quizá, más que lo que leí a solas, de noche, sin saber leer. No traduciré las cosas que existen, sino las posibilidades de que existan: en las que son.
Mi muralla tiene tres lados; puede, igual que cualquier muralla, saltarse. Erigida con espacios en blanco al encontrarnos el Silencio, filtra su espíritu por medio de sí misma. Prodigiosa y salvadora como el flotador en el oleaje, en la marea de las palabras, se dice.
berenice castillo

entre alcohol, la noche, la metamorfosis, la falsedad

No creas en los besos dados por un borracho que se refugia en los extremos para satisfacer la voluntad pasada queriendo cautivar con el aroma del alcohol a un alma que busca al igual que él desahogo un día después de la batalla, no te despidas después de copular una vez que nadaron en un torrente etílico con el cual danzaron como si fuesen peregrinos adorando a su dios creador puesto que las incidencias solo fueron deseos remotos de un placer reprimido por la hipocresía y la ocasión, no mires a los ojos de un alcohólico apasionado que te invita a beber del elixir de los falsos sueños y de las realidades rotas puesto que solo basta un sorbo para sentir el calor para quemarte lento y enjaularte en su prisión de fuego, no creas en el patético hombre serio que derrocha caballerosidad estando sobrio ya que cuando dance con nosotros en este torrente de dolor, sabor y pasión te hará la invitación a ser parte del ritual del que no es de noche fácil escapar.
édgar gómez

lunes, 30 de marzo de 2009


fedra 10
noche&metamorfosis
pedro silva_el mago