Me atrevo a afirmar que ninguno de los hombres
que ha hollado la tierra se vio jamás atormentado
de un terror semejante y tan intenso como el mío.
Porque el mío es el terror de remotísimos tiempos,
el terror desenfrenado del mundo Primitivo.
Jack London
El río Santiago semejaba una enorme serpiente negra retozando al sol, visto desde las alturas se diría que este gigantesco reptil estaba muerto pues sólo aparecía como una delgada línea que se curvaba a grandes trechos. Desde la ventana del cuarto de la segunda planta podía apreciarse ese espectáculo, sin embargo, nadie lo contemplaba. La luz que entraba como un fantasma fugitivo, hacía proyectarse una sombra que danzaba al compás de la canción “In the moon light procesion” del disco de Haggard que descansaba a un lado del libro El enemigo de Buda de Eiji Yoshikawa.
“In the moon light procesion” se acercaba a su final cuando la puerta de la habitación se abrió, el cuarto había estado cerrado durante tres días, tres días en los que siempre se repetía la soledad encerrada en una habitación gris que dejaba caer sus años desde la ventana hacia la barranca. El humo del incienso se comenzó a escapar por la puerta abierta, la llama del cirio se apagó con el bostezo del recinto. Las sombras se volvieron diáfanas y como una epifanía apareció un hombre en la puerta.
La luz seguía penetrando por la ventana y cada vez se volvía más intensa hasta que poco a poco comenzó a volverse púrpura. En el árbol de mangos que estaba a un lado de la casa cantaban un par de pájaros; su nido parecía una pira funeraria a la luz crepuscular. Mientras que el camino que descendía al fondo de la barranca se iba llenando de verdes grisáceos, era el polvo que regurgitaba la habitación. Un par de halcones volaban en cielo purpúreo, su color era plateado, pero al reflejarse en el río su color era más gris. Al lado del río pasó una jauría de podencos y lebreles guiando a un ser etéreo en pos de un venado rojo que parecía flotar en el aire y caminar sobre el agua. La mancha púrpura del cuarto se había desbordado por toda la barranca cubriendo el aire. Las cenizas se esparcían en los caminos y el fuego incandescente abrazaba a todas las criaturas. El cuchillo aún presentaba las manchas de la sangre seca. La figura danzante estaba inerte con el cuchillo clavado en el estomago. La figura del hombre que había aparecido en la puerta simplemente se desvaneció envuelta por una manta púrpura y circundada por una masa gris. Al desaparecer sólo pudo verse una llama que al punto también desapareció. El cuarto comenzó a llorar y de sus ventanas y puertas emergían las lágrimas claras, poco a poco la barranca se fue inundando y las plantas comenzaron a reverdecer. El olor se volvió insoportable, era putrefacto. Al fin una libélula logró salir de aquella estancia con sus alas inundadas de sal, su atavío tornasol desafiaba al rojo sacro del crepúsculo. Iba herida del vientre. Casi al llegar al sol se convirtió en una pequeña bolita de fuego, aumentó la velocidad de su ascensión y simplemente estalló.
ábel murguía lizalde
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